
Querida Clara,
No llevo ni un mes en Madrid pero ya hemos empezado las clases, ya hemos vuelto a los TFGs que no hemos empezado y ya estamos otra vez con los doscientos proyectos para los que no tenemos tiempo. Entre clase y reunión, te quería preguntar una cosa. A ti, ¿la vuelta de Austin se te hizo tan dura?
No te he escrito ninguna carta estos meses porque no sabía cómo poner en palabras todo lo que estaba viviendo. Y en esta carta no te voy a hablar de diferencias culturales, ni de la adaptación a vivir sin luz, voy a intentar averiguar por qué me duele tanto haberme ido de Beirut.
Hay una cosa muy curiosa del Líbano, y es que se ha convertido en una casa temporal. Como un país de paso. No solo para los privilegiados estudiantes de erasmus, sino para toda su población. Los refugiados a los que el Líbano denomina “personas temporalmente desplazadas” (generaciones y generaciones de sirios y palestinos) sólo quieren salir del Líbano. Allí no son nadie, no son ciudadanos, no tienen derechos, no pueden rehacer su vida. Los expatriados que llegan y los que han vivido la última crisis desde su inicio sólo quieren salir del Líbano. No pueden ingresar dinero en el banco, todos sus ahorros son en efectivo, en cualquier otro país del que hayan venido tienen mayor seguridad económica. Y es que incluso los libaneses sólo quieren salir del Líbano. Pero porque ¿tú querrías seguir viviendo en uno de los países con la economía sumergida más grande del mundo? ¿con una inflación cambiante a la hora? ¿un país en el que la corrupción ha hecho que si no compras un generador no tengas electricidad? El Líbano ya no es hogar para nadie, sino la sala de espera de todos. Y mientras algunos solo ansían poder volver a casa, otros desean impacientes la cita, a años vista, que les de un pasaporte.
Hoy me ha dicho una amiga, “volver a casa no significa ir para atrás, es simplemente entrar en boxes para descargarse emocionalmente y tener paz mental para el siguiente tren” y aunque me he mudado de país cuatro veces en los últimos dos años no ha sido hasta que he vuelto de Beirut que me he dado cuenta de lo de acuerdo que estoy. Llegó diciembre y necesitaba más tiempo en Beirut al mismo nivel que necesitaba volver a casa. Beirut y yo no hemos tenido una historia de amor como París y tú, Clara. Beirut y yo nos hemos querido muy intensa y profundamente, pero también nos hemos enfadado, nos hemos frustrado y hemos llorado. Y es que Beirut y yo podríamos habernos seguido queriendo mucho más tiempo, pero como me dijo un amigo en mi última despedida, “creo que necesitas volver a casa”. Casa de verdad, no mi piso de Erasmus.
Beirut y yo nos hemos aferrado mutuamente todo lo que hemos podido porque las dos sabíamos que cuando nos volviésemos a encontrar, nos iba a faltar todo. Nos iban a faltar costumbres, nos iban a faltar viajes, y nos iban a faltar manoushes después de clase. Pero sobre todo nos iba a faltar gente. Esa gente para la que el Líbano es una sala de espera, y de la que inshallah cuando Beirut y yo nos volvamos a reencontrar ya no estarán.
Y aunque mi Beirut ya nunca será mi Beirut, siempre será el Rezo del Fajr volviendo de fiesta, los cafés de Barzakh, los buses de Baalbek y la Almaza de Sassine.
Y ojalá habernos aguantado más, pero Beirut y yo necesitábamos un tiempo. Un tiempo de reflexión, de introspección y sobre todo de recuperación. Un respiro, tiempo para echarnos de menos. Porque aunque Beirut y yo nos hemos amado con locura, nos hemos hecho mucho daño.
Clara, mi vuelta de Austin fue diferente, fue mucho más suave y se que gran parte de ello fue porque nos fuimos y volvimos de la mano. Ahora volvemos con el corazón roto, cada una echando de menos un desayuno distinto. Y aunque yo no entienda la magia de Saint Pearl y tú no le veas el encanto a las escaleras de Mar Mikhael, siempre nos quedarán las tardes en el Blanton y las cenas en el Chilli Parlor.
Yalla, nos vemos mañana,
María