
Japón, nuestro amable vecino del este. Todos parecemos tener la idea de que Japón es una isla utópica donde el aire es un poco más puro, la cultura un poco más excéntrica y la vida un poco más pacífica. Considerar a Japón como un país pequeño y afable es curioso cuando examinamos su pasado y quizás, su presente.
En el siglo XX Japón no era conocido en la región por su manga sino por su colonialismo. Era un imperio, y uno eficaz. Japón tiene una gran vergüenza, una mancha en su historial pacífico: sus actos durante la segunda guerra mundial. Tras su rendición, el país no tomó medidas tibias. Sus fuerzas armadas fueron desmanteladas y se vio inmerso en una ola de democratización. Con la firma de una constitución se solidificó: Japón ya no creía en la violencia.
La constitución de Japón es un instrumento clave en su promesa de paz. El texto tiene imbricado en su noveno artículo la desmantelación de toda capacidad militar. El propio artículo lo deja claro: “el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano”. Esto es una cita textual no una hipérbole fabricada. Así, en 1946 Japón adopta una postura pacífica.
Su promesa no se queda en un mero artículo se materializa en políticas que se sostienen durante las próximas décadas. Japón impone un techo informal sobre el gasto en defensa de un 1% sobre el PIB, prohíbe las exportaciones de uso dual (tecnología que pueda recibir un uso militar) y muchas otras medidas de similar calibre.
Ahora bien, con una postura tan radical ante la guerra y un proceso de desmilitarización tan evidente, ¿por qué estoy hablando de remilitarización? Porque Japón renunció a la guerra como herramienta de resolución de conflicto, pero quizás lo hizo demasiado rápido y en un paradigma demasiado diferente al actual. Y quizás ahora está dando marcha atrás.
El noveno artículo de la constitución japonesa tiene una laguna. Japón no tiene una fuerza militar ofensiva, pero desde el primer momento construye una milicia de carácter defensivo: las SDF (Fuerzas de Autodefensa de Japón). Así, de la mano de Abe Shinzo, Japón da los primeros pasos hacia una nación más agresiva, empieza poco a poco a revertir sus esfuerzos por volverse inofensivo.
Con el fondo de cerezos en flor, Japón empieza a aumentar su gasto militar, a intentar hacer un lavado reputacional al rol del ejército a nivel nacional y llega tan lejos como a cambiar su constitución. Por no hablar de que para ser una nación que teme tanto la guerra, Japón pone la compra de armas nucleares sobre la mesa con relativa facilidad. El país tiene nuevos enemigos, nuevas amenazas en la región. Con una Corea del Norte cada vez más desatada y una China refortalecida; no es difícil entender el por qué de su remilitarización.
Su soft power les ha permitido mantener la imagen de país afable y pacÍfico cuando sus esfuerzos por hacer su nación más “normal” (lo que viene a ser un país con una postura militar más robusta y con mayor presencia internacional) significaba el rearme.
Con esta remilitarización sigilosa, Japón ha dejado su vergüenza en los años 40. En la nueva década de los 20 no parece que vayan a frenar. Así que tenemos que considerar qué pasaría si nuestro pacífico vecino del este empieza a importar armas nucleares mientras continúa exportando fenómenos culturales.