
Querida María,
Es la segunda vez que nos vamos de Erasmus en tres años. Tras dos años de ser las amigas insoportables que se fueron a Texas, justo cuando nos estábamos reenganchando al mundo real, nos volvemos a ir. En agosto, cuando me estaba despidiendo de un amigo, me dijo una frase de la que estoy segura que estás harta: no es un adiós es un hasta luego. Y en estas semanas de tanto caos, mudanzas internacionales y nuevos comienzos no puedo parar de pensar en la gran mentira que es ese dicho. Cuando te despides para irte al extranjero todos asumimos o queremos asumir que es una despedida temporal, nos aferramos al hasta luego como un clavo ardiente. Lo que no entendemos es que para cuando vuelves todo ha cambiado, la vida, nosotras y a veces incluso el país al que regresas. Nos hemos ido pero no sabemos a qué vamos a volver. La última vez el Madrid del que nos fuimos no era al que volvimos once meses más tarde.
Es cierto que nunca se sabe, cuando nos fuimos de Texas dijimos un adiós sólido, definitivo a algunos de nuestros amigos más cercanos. Porque siendo realistas no era muy probable que les volviésemos a ver en el futuro cercano, el océano atlántico ya se iba a asegurar de ello. Sin embargo, la vida en el último año nos ha demostrado que es impredecible y en menos de seis meses estábamos juntos en Madrid otra vez. Si un océano no ha ahogado esas amistades, irnos cuatro meses no debería cambiar nada, ¿verdad? El problema es lo imprevisible que es todo. Para bien o para mal todo es relativo, las amistades y las relaciones lo que más. Puedes decir adiós o hasta luego, en los dos se esconde la misma realidad: no sabes cuál se convertirá en realidad. La primera vez que volvimos, algunas de mis amistades más antiguas no volvieron conmigo. Amistades que yo habría categorizado como inquebrantables. En cambio, algunas de mis despedidas más radicales han perdido su significado de la manera más agradable porque nos hemos seguido viendo años más tarde.
El problema del Erasmus no es irte, es volver. Lo que ya califiqué como estrés post-Erasmus hace casi un año, ese trastorno del que acabamos de salir y al que vamos directas de cabeza otra vez. Existe una fuerza corrosiva que todo lo tensa y rompe que es la distancia. Y si hay algo peor es el tiempo. Me fui de Madrid a mi segundo Erasmus con el corazón lleno de hasta luegos y el alma pesada por todos los que se acabarán transformando inevitablemente en un adiós. Cuando te dicen hasta luego se activa una cuenta atrás invisible que mide el tiempo que tu amistad será capaz de aguantar. La relación se erosiona y el adiós acechante gana y la nostalgia se come por completo la complicidad. Aunque no quiero ser demasiado negativa, creo que hay que enfocarlo como una muda de piel. A veces, hay que hacer espacio en tu vida para personas nuevas y el Eramus con todos los cambios y todos lo nuevo que implica, es la oportunidad perfecta para ello. Es agridulce, como la mayoría de cosas buenas suelen ser, porque es increíble, pero tiene final.
Así que a mí la próxima vez que nos despidamos no me digáis que no es un adiós, es un hasta luego. Decidme adiós y hasta luego por todo lo que puede pasar y todo lo que puede cambiar.
Nos vemos en Madrid,
Clara
PD. Te habría encantado L’Orangerie, la próxima vamos juntas