
Nos hemos quedado atrás, nos han dejado atrás. De un día para otro no hubo ni un solo segmento en la sociedad que no viese su vida puesta patas arriba por la pandemia. Pero con todo, siento que hay un grupo del que nadie está hablando más que para criticarles, los universitarios.
Un adulto ya tiene su vida social establecida. A nosotros se nos ha arrancado cuando aún la teníamos a medias. Nuestras amistades se deterioran al mismo ritmo que nuestra salud mental, alumbrados por el incansable tenue brillo de la luz azul. De un periodo de nuestras vidas que nuestros mayores recuerdan con nostalgia, nosotros solo vamos a recordar las cuatro paredes de nuestra habitación. Y no pasa nada, es lo que debemos hacer, pero creo que cabe considerar que igual lo llevaríamos con un poco más de entereza si el mundo fuese un poco más comprensivo con nuestra situación.
Se nos ha culpado por querer mantener cualquier atisbo de normalidad, muchas veces irresponsable cabe admitir, pero nadie concede que también pertenecemos a los damnificados. Y aunque ver a nuestros amigos para tomar una caña es motivo de que se etiquete a generaciones enteras como super propagadores; nadie pestañea cuando se nos ha exigido hacer exámenes presenciales.
Nuestra educación se ha visto gravemente alterada. Oportunidades puestas en pausa por instituciones centenarias que no se dan cuenta, o no quieren darse cuenta, y no se enfrentan al hecho de que nosotros solo tenemos 4 años en ellas. Ellos tienen décadas para rectificar sus medios, muchas generaciones que usar como conejillos de indias hasta dar con un sistema que funcione en la nueva normalidad. Y mientras nosotros somos una generación de médicos sin prácticas, químicos sin laboratorio y políticos sin debate.
Pero bueno, ¿es solo una promoción no? Somos la generación de estudiantes que se han quedado por el camino. Porque nos han dejado por el camino. Somos una generación llena de carencias. Y el día de mañana no va a importar que yo no sepa nada sobre las instituciones europeas porque estábamos en una pandemia. Lo que va a importar es que no lo sé y los que venían antes y los que vendrán después, sí tendrán ese conocimiento.
Cuando pasas tanto tiempo detrás de una pantalla por gusto es difícil que tus quejas sobre la misma se tomen en serio. Ahora, como alguien más me proponga un evento social por zoom creo que voy a vomitar. Nuestro único rol en la pandemia ha sido el de chivo expiatorio y por eso cualquier queja, por válida que sea, siempre se percibe como que viene de una panda de niñatos egoístas.
Aunque estoy agradecida de haber podido continuar con mi educación no puedo parar de mirar a la ristra de oportunidades que me han sido arrancadas cruelmente por la circunstancia. Para cuando me gradúe, habré tenido los mismos años de clases presenciales que online. Y aún así no quiero ser egocéntrica, en una pandemia todos hemos sufrido daños, por suerte mi mayor problema es que no me gusta el ciber-cole. Pero necesitamos quizás, un atisbo de benevolencia hacia una generación que se siente abandonada y vapuleada. Porque los universitarios estamos viviendo en una jaula de grillos, sin la madurez para afrontarlo y en una rutina infinita estudiando carreras que pierden salidas por segundos.
-chasco